Algunas consideraciones sobre lo
público en Colombia
Actualmente, en Colombia, lo público tiene una connotación predominantemente negativa, pero no siempre fue así. El fortalecimiento de un
proyecto republicano, buscó no sólo adherir en los nuevos ciudadanos un
sentido de pertenencia territorial y afectivo
hacia el naciente Estado, sino el de legitimar unas instituciones públicas que
velaran por el cumplimiento de las leyes proferidas en él. La creencia de que
ello fuera posible, era admitida en función de apostarle a este nuevo “plan”,
dotándolo de toda confiabilidad posible y justificándolo con cualquier acción
que garantizara su permanencia. En aquel momento, lo público era sagrado e
interiorizado como el más noble “artefacto” que materializaba el ideal
republicano.
Si hay algo que tuvo el pueblo colombiano (y sigue teniendo) es la
capacidad de confiar -y a veces, tan ingenuamente- (aunque sea para luego
decepcionarse) en las promesas estatales. La seguridad que solía mostrarse
frente a los establecimientos públicos como garantes del bienestar ciudadano decayó con el
paso del tiempo, al turno que
esas mismas entidades y espacios
se fueron tornando inseguros e
infestando del fenómeno de la ideología partidista en connubio con la
corrupción.
Las largas guerras civiles decimonónicas y un empañado futuro se
atisbaron en el contexto colombiano con golpes
bajos como la pérdida de Panamá. Estas condiciones fueron caldo de cultivo
para generar desconfianza en las instituciones y espacios públicos, acompañados
de una bruma que empañaba la transparencia
y efectividad que éstos debían demostrar en el ejercicio de sus
funciones.
De ningún modo hubo un punto dentro del proyecto nacional que se
dedicara a educar al pueblo colombiano sobre el sentido de pertenencia REAL hacia sus estamentos oficiales y hacia lo público en general.
Simplemente desde su creación, las instituciones públicas se ubicaron como
claustros intocables e inermes en los que sólo podían residir y actuar ciertos
seres dotados de alguna inteligencia y
valores especiales. Para el caso de los espacios públicos, sólo se
constituyeron en la apacible morada de los mártires de la patria a los que
periódicamente se les debía enaltecer como muestra de la valoración de sus
actos de valentía en las luchas de independencia.
En Colombia, no se estimuló –a la par de la ideología política- una
pedagogía de la vigilancia hacia aquellos establecimientos y lugares que los
mismos ciudadanos habían legitimado un siglo atrás. En cambio, el Estado
colombiano, en sus innumerables fases de “consolidación”, se dedicó a sembrar
un patriotismo innecesario que, únicamente, sirvió para justificar el rojo de
la bandera tricolor sobre la base vital
de miles de creyentes y que sirvió como perfecto distractor para administrar al
antojo de quien estuviera de turno, los rubros nacionales. Y he aquí, que poco
a poco lo público se fue desgastando en falsas promesas, en falsos acuerdos y
en falsas utopías.
Lamentablemente la “censura” hacia lo público se ha arraigado en el
imaginario colectivo, pues no existe una conciencia seria de ello en la
mentalidad de los colombianos. Lo público parece concebirse como un escenario de conflictos y de
tensiones en el cual es viable apelar a las promesas fallidas del Estado a través de
la protesta social. En este sentido, lo público es un punto generador de
espacios participativos y de libertad de expresión, aunque a veces mal direccionados e interpretados. Lo cierto es
que lo público “permite”, mientras que lo privado “limita”; he ahí el enorme
valor a defender.
“Lo público es ese ENTE del cual podemos abusar”: se piensa –y lo peor-
profanar, sin recibir ningún tipo de
sanción –o al menos una mínima, según el estrato socio-económico donde nos
ubiquemos. Lo público es aquello que NO nos enseñaron, pero que estuvo presente
allí donde nos enseñaban a ser ciudadanos leales y patrióticos. Lo público es
todo lo que nos rodeaba, mientras coreábamos el ¡Oh Gloria Inmarcesible, Oh
júbilo inmortal! frente a la bandera nacional. Lo público es aquello que faltó
incluir en los proyectos educativos que más se preocuparon por fundar una
ciudadanía ficticia, que por
proveernos de una conciencia moral que nos llevara a exigir y defender con
vehemencia la transparencia de nuestras instituciones públicas, que al final es
lo que garantiza el ejercicio y la eficacia de una verdadera democracia.
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