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lunes, 19 de agosto de 2013

Algunas consideraciones sobre lo público en Colombia
Actualmente, en Colombia, lo público tiene una connotación  predominantemente negativa, pero  no siempre fue así. El fortalecimiento de un proyecto republicano, buscó no sólo adherir en los nuevos ciudadanos un sentido de pertenencia territorial y afectivo hacia el naciente Estado, sino el de legitimar unas instituciones públicas que velaran por el cumplimiento de las leyes proferidas en él. La creencia de que ello fuera posible, era admitida en función de apostarle a este nuevo “plan”, dotándolo de toda confiabilidad posible y justificándolo con cualquier acción que garantizara su permanencia. En aquel momento, lo público era sagrado e interiorizado como el más noble “artefacto” que materializaba el ideal republicano.
Si hay algo que tuvo el pueblo colombiano (y sigue teniendo) es la capacidad de confiar -y a veces, tan ingenuamente- (aunque sea para luego decepcionarse) en las promesas estatales. La seguridad que solía mostrarse frente a los establecimientos públicos como garantes del bienestar ciudadano  decayó con el  paso del tiempo, al turno que  esas mismas entidades  y espacios se fueron tornando inseguros e  infestando del fenómeno de la ideología partidista en connubio con la corrupción.
Las largas guerras civiles decimonónicas y un empañado futuro se atisbaron en el contexto colombiano con golpes bajos como la pérdida de Panamá. Estas condiciones fueron caldo de cultivo para generar desconfianza en las instituciones y espacios públicos, acompañados de una bruma que empañaba la transparencia  y efectividad que éstos debían demostrar en el ejercicio de sus funciones.
De ningún modo hubo un punto dentro del proyecto nacional que se dedicara a educar al pueblo colombiano sobre el sentido de pertenencia REAL hacia sus estamentos oficiales y hacia lo público en general. Simplemente desde su creación, las instituciones públicas se ubicaron como claustros intocables e inermes en los que sólo podían residir y actuar ciertos seres dotados de alguna inteligencia  y valores especiales. Para el caso de los espacios públicos, sólo se constituyeron en la apacible morada de los mártires de la patria a los que periódicamente se les debía enaltecer como muestra de la valoración de sus actos de valentía en las luchas de independencia.
En Colombia, no se estimuló –a la par de la ideología política- una pedagogía de la vigilancia hacia aquellos establecimientos y lugares que los mismos ciudadanos habían legitimado un siglo atrás. En cambio, el Estado colombiano, en sus innumerables fases de “consolidación”, se dedicó a sembrar un patriotismo innecesario que, únicamente, sirvió para justificar el rojo de la bandera tricolor  sobre la base vital de miles de creyentes y que sirvió como perfecto distractor para administrar al antojo de quien estuviera de turno, los rubros nacionales. Y he aquí, que poco a poco lo público se fue desgastando en falsas promesas, en falsos acuerdos y en falsas utopías.
Lamentablemente la “censura” hacia lo público se ha arraigado en el imaginario colectivo, pues no existe una conciencia seria de ello en la mentalidad de los colombianos. Lo público parece concebirse como  un escenario de conflictos y de tensiones  en el cual es viable apelar a  las promesas fallidas del Estado a través de la protesta social. En este sentido, lo público es un punto generador de espacios participativos y de libertad de expresión, aunque a veces mal  direccionados e interpretados. Lo cierto es que lo público “permite”, mientras que lo privado “limita”; he ahí el enorme valor a defender.

“Lo público es ese ENTE del cual podemos abusar”: se piensa –y lo peor- profanar, sin recibir  ningún tipo de sanción –o al menos una mínima, según el estrato socio-económico donde nos ubiquemos. Lo público es aquello que NO nos enseñaron, pero que estuvo presente allí donde nos enseñaban a ser ciudadanos leales y patrióticos. Lo público es todo lo que nos rodeaba, mientras coreábamos el ¡Oh Gloria Inmarcesible, Oh júbilo inmortal! frente a la bandera nacional. Lo público es aquello que faltó incluir en los proyectos educativos que más se preocuparon por fundar una ciudadanía ficticia, que por proveernos de una conciencia moral que nos llevara a exigir y defender con vehemencia la transparencia de nuestras instituciones públicas, que al final es lo que garantiza el ejercicio y la eficacia de una verdadera  democracia.

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