Lo confieso. Mi primera impresión al pisar los alrededores de la plaza
de España, ubicada en la localidad de los Mártires en la ciudad de Bogotá, fue
de temor. Es un lugar donde la multitud concurre constantemente. Y es apenas
normal, teniendo en cuenta que colinda con la zona comercial de San Victorino.
Yo diría que entre demasiada gente es más fácil que te suceda algo sin que
nadie se percate, sobre todo en la entrada de vía principal que conduce a
la plazoleta. Todos te miran como un potencial comprador……de lo que sea. Hasta
curioso resulta este guetto comercial donde consigues desde antigüedades hasta
celulares de última tecnología de dudosa procedencia.
Se me acerca un chico y muy amablemente me pregunta qué me gustaría
comprar. Bajo el ala de mis lentes oscuros le indico que no me interesa lo que
me ofrece y sigo mi camino. En todo el trayecto, las ventas ambulantes invaden
los andenes. Hombres con carretas que, si te descuidas, te golpean.
Comidas chatarra, al estilo de los más humildes: bocados de $1000 y $2000. La
gente va y viene sin cesar en todo el trayecto.
Camino de prisa por la vía principal, mirando de un lado a otro. Mi
misión, ese día, era explorar rápidamente las dinámicas de las mujeres en ese
lugar. Y realmente la percepción es que hay poca presencia de ellas, por lo
menos en el día y en los exteriores. Abundan más en los puestos comerciales
formales del sector.
Llegando finalmente a la placita, diviso grupos dispersos.Huele
terrible. No sabría decirles a qué, pero creo que podemos imaginarlo.Creo que
así huele la miseria. Diviso hombres y mujeres que parecen vivir en el
parque,veo un par de cambuches improvisados, otros haciendo la siesta bajo el
crudo sol capitalino y expuestos al frío despiadado de la capital: eso me
parece “titánico” porque acá la temperatura puede bajar hasta los 6° C en la
madrugada.
Parecen conspirar. Esa es la primera impresión que me generan.
Los miro muy rápidamente sin fijar la mirada en ninguno de ellos .Admito
que estuve a punto de acercarme y entrevistarlos, pero sus actitudes me
indicaron que no era el momento. Confié en mis instintos y de inmediato caminé
en busca de una salida.
Dirigí mi mirada hacia las calles aledañas. Recordé en aquel momento,
que en alguna ocasión, en un mini tour por el centro de Bogotá, una amiga me
sugirió que el barrio vecino de la Plaza de España era el Bronx: uno de los
lugares más peligrosos de la ciudad capitalina. Me pareció increíble, estar
allí, tan cerca de una zona "roja". Quizá más cerca de lo que había
estado jamás.
La verdad, se siente algo de adrenalina. A uno le parece aislada una realidad
de la que sólo se percata, lejanamente, en los noticieros. Palparla de primera
mano siempre resulta extraño, aun cuando leas sobre historia, sociología o
antropología. Eso corrobora el irónico divorcio entre la teoría y la
experiencia.
Uno llega a acostumbrarse a la burbuja que puede ser la vida de cada
uno, aislados de los problemas reales de la sociedad colombiana, pero además de
los alcances que pueden adquirir los seres humanos para asegurar su
propia supervivencia. Por eso defino estos guettos urbanos como
verdaderas “zonas de supervivencia”. Créanme, no es más. Allí no se vive, se
sobrevive. Simplemente no lo entiendes. Lo ves, pero tu realidad misma te
impide comprenderlo a ciencia cierta.
Me pareció que en aquel lugar no se debe permanecer mucho tiempo, al
menos, no sola, como yo estaba, porque como dice un gran pensador: “si miras
por largo tiempo a un agujero negro, corres el riesgo de que el agujero te mire
a ti”. Por eso no exploré más…por ahora.
Carolina Marrugo Orozco
Enero 11 de 2015
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